
El principio yo y mi forma de ser, distinta, especial, ni buena, ni mala, pero no les gusté no era lo que se esperaba, era la primera y fuí rebelde, eso acarreó muchos problemas, mucho dolor, muchas lágrimas. Cuando me marcharon, me fuí y ahí terminó esa etapa de convivencia, me olvidé de ellos, no tenían cabida en mi vida, no los eché de menos porque nunca los tuve. De mi tampoco se acordaron mucho, pero no importó. Un día me dí cuenta que tenía que zanjar esa etapa de mi vida dejada abierta y sangrante porque así no se podía seguir viviendo y perdoné, perdoné lo imperdonable, la falta de cariño, el desamor, la indiferencia.
He retomado la relación poco a poco, ahora vivo casí con ellos y son extraños, me cuesta tener sentimientos hacia ellos y no intento forzarlo, me cuesta lo que no me cuesta con los extraños, escucharlos, ponerme en su piel, escuchar confidencias me resulta incómodo y menos algún tipo de contacto físico.
Las cosas han cambiado pero yo no soy cápaz de sentir amor de hija. Cuando las cosas mueren no resucitan y ese amor, si lo hubo alguna vez, murió, lo mataron...
Aunque les atienda, les sea útil, y no quiera que sufran, no puedo quererlos.
Se que es muy duro lo que digo, pero es lo que siento, ni siquiera sé porque lo escribo aquí, por necesidad de exteriorizar y no haber encontrado a la persona adecuada para hacerlo, por ser ahora un momento especial y habérmelo estado cuestionando en las últimas semanas.
Me queda la pena de no haber conocido por su parte ese amor tan grande como el que yo siento por mis hijos.